miércoles, 5 de enero de 2011

INTRAMUROS


                                    
                                                                                               
                                                                                                    Enrique  Alejandre Torija

            “Hoy se ve, que no habiendo la mitad de gente que solía, hay doblados religiosos, clérigos, y estudiantes; por que ya no hallan otro modo de vivir, ni de poder sustentarse. La razón fundamental es, porque hasta pocos años ha el cuerpo  y nervio, eran los oficiales,. como se fabricaba tanto para España y toda Europa, y las Indias, un oficial, o labrador, casaba su hija con un pobre mozo, como tuviese oficio, con que  ganaba tan de ordinario una comida, que parecía renta: de donde emanó el proverbio del siglo dorado nuestro quien ha oficio, ha beneficio, porque había tanto, en que ganar de comer, que era renta perpetua como beneficio eclesiástico. Y viendo que ya no hay donde ganar un real, no quieren enlodar sus hijas, ni hijos, sino que estudien, y que sean monjas, clérigos, y religiosos; porque el oficio ya ha venido a ser maleficio, y de oprobio para el que lo tiene pues no le sustenta”
                                                                                       Representación de la Universidad de  Toledo al rey Felipe III[1]

           En el siglo XVII una terrible crisis económica sacudía los reinos hispánicos, afectando especialmente a Castilla, cuya población se veía reducida en proporciones   drásticas. De entre las causas que ahora llevaban a la ruina a la que hasta ayer había sido la principal potencia manufacturera de Europa, como eran las guerras de Flandes, la  llegada de los metales preciosos de las Indias, la desconsideración hacia el trabajo manual, el lujo cortesano, la entrada en el país de mercancías extranjeras, la expulsión de los moriscos...., no era la menor el excesivo número de religiosos que existía en el reino viviendo a expensas de las rentas de la Iglesia. La ausencia de alternativas a la subsistencia llevaba a que muchos “se ponen a frailes como oficio”[2]. En la misma ciudad de Guadalajara, cuya decadencia era acusada en el siglo XVII, existían catorce conventos.[3] Ya en la segunda mitad de la centuria anterior  el número de eclesiásticos se acercaba al millar.[4] Todavía a mediados del siglo XVIII había trece cenobios y cuatrocientos individuos que hacían profesión de vida religiosa, en una población que no superaba los 5.200 habitantes.[5]

        En el siglo XIX, la desamortización de Mendizábal llevaría a la desaparición de muchos claustros e iglesias en las ciudades españolas, iniciándose así su transformación urbana donde los inmuebles religiosos son aprovechados con frecuencia para, tras ser reformados, instalar organismos  oficiales, o abrir nuevos espacios urbanos en caso de su derribo.

         La Iglesia Católica en España conservaba un enorme poder económico y político a principios del siglo XX. Las distintas corrientes del movimiento obrero(anarquistas, republicanos, socialistas) tenían el nexo común del anticlericalismo. Este, que había constituido un elemento propio del ideario de la burguesía en los orígenes del liberalismo, era adoptado ahora por la clase trabajadora que desertaba en masa  de las prácticas religiosas. En 1909, durante la “semana trágica” de Barcelona, la ira popular se  orientó a la quema y destrucción de iglesias y claustros católicos, al igual que ya lo había hecho en revoluciones precedentes. Como aconteció en Guadalajara en 1868, tras el destronamiento de Isabel II y  la proclamación de la Junta Provisional de Gobierno en la ciudad, cuando el 30 de septiembre de 1868 no menos de doscientos personas se concentraron en la Plaza de Carmen, frente al convento de las franciscanas concepcionistas donde se hallaba  Sor Patrocinio, “la monja de las llagas”, con el objeto de asaltarlo. La intrigas de esta monja en la corrompida corte  de Isabel II, sobre la que ejercía gran influencia, fueron causa de esta expresión  de  repulsa del pueblo de Guadalajara  hacia la  reina y su  consejera. Tras el intento de derribar a hachazos las puertas del convento, la crítica situación de las monjas se solventó por la intervención  de algún republicano, que tenía allí a dos  hijas  internadas. Transcurridos  unos días, Sor Patrocinio hubo de huir  por la noche, auxiliada por algunas personalidades de la ciudad.[6]


         En el mes de septiembre de 1911, el Ayuntamiento .de Guadalajara, presidido por el alcalde romanonista Miguel Fluiters decidió derribar la  parte ruinosa  de uno de los conventos existentes en Guadalajara: el de Santa Clara-como igualmente lo había hecho con casas colindantes en muy mal estado-ante el peligro que representaba para el vecindario y las mismas monjas, en el que además existía un cementerio que constituía un permanente foco de infección. Se trataba por otra parte de ensanchar la que entonces era la principal vía ciudadana, la calle Mayor baja, al objeto de facilitar la vida  comercial  y con ella el progreso de una localidad, del que no andaba sobrada. La Federación Obrera de Guadalajara (UGT) apoyó esta medida  con el visto bueno de sus concejales- Fernado Relaño Mayor, José Dombriz Corrales y Luis Martín Lerena-,[7] que de paso ofrecía algunos empleos a la clase trabajadora local, de los que tan necesitada estaba.

         No sin polémicas y resistencias se acometieron por fin las demoliciones. Las monjas demandaron al Gobernador civil y al Juez de primera instancia el procesamiento del alcalde e incluso se llegó a pedir su excomunión.[8] Los elementos mas clericales  llevaron a cabo una tenaz campaña contra esta decisión municipal. Para zanjar el asunto el conde  de Romanones ofreció al Arzobispo de Toledo la compra del edificio a expensas de su propio pecunio, lo que se llevó a cabo por la módica cantidad de 60.000 pesetas. No descuidaba sus intereses Álvaro de Figueroa, pues llevó a efecto un gran negocio al construir un  hotel (Hotel España) en la parte del convento limítrofe con la calle Mayor y vender los solares y materiales del que había sido inmenso inmueble.[9]

          Tras la marcha de la monjas el público pudo acceder libremente al convento. El entonces órgano de prensa de la UGT arriacense, Juventud Obrera, dirigido en aquellos días por el republicano Tomás de la Rica, transmitía estas impresiones sobre lo allí visto:  

            Ya han dejado de llorar algunos demócratas de sacristía con motivo de la marcha de las Monjas de Santa Clara.
             En su fervor místico han llegado  hasta el extremo de llamar canallas y borrachos a los obreros que  sean ocupados en el derribo de este inmundo y ruinoso edificio.
             Para vocabulario grosero el de estos clericales.
             Merecían que los atasen a la argolla que tenían preparada las Monjas, para las madres que se volvían locas.

                                                                       _
            Y a propósito de esa argolla.
            Todas cuantas personas han visitado ese convento, han tenido ocasión de contemplar un cuarto cuya puerta estaba provista de dos fuertes cerrojos y dos cerraduras.
            A la izquierda  de esa puerta había una ventanilla con una mirilla y un hierro con candado para que no se pudiese abrir.
           En ese cuarto y a una altura de treinta centímetros se veía una argolla de hierro adosada a la pared.
            Las Monjas, que antes de abandonar el convento destrozaron el coro y la iglesia para llevarse altares, sepulcros y estatuas de mérito, no tuvieron la precaución de hacer desaparecer del cuarto citado las señales del martirio, cosa de que ahora se ha cuidado alguien pues ya no está la argolla ni el ventanillo de la mirilla.
           No ha quedado mas que la puerta con las dos cerraduras.
          Dicen que ese cuarto estuvo destinado a una Monja que se volvió loca.
          ¿Pero es que además de tantos cerrojos y cerraduras, había necesidad de amarrar en blanco a aquella desgraciada enferma?
           ¡Pero vaya unos sistemas de curación que se usan en los conventos![10]


[1]  Nota en Rodríguez Campomanes., Pedro: “Discurso sobre la educación popular de los cortesanos y su fomento”. Madrid. Imprenta de D. Antonio de Sancha. 1775. Pág.: 416
[2] Manrique, Fr. Ángel , “Socorro que el estado Eclesiástico de España parece podría hacer al Rey N. S. en el aprieto de la hacienda en que se haya, con menor mengua de su inmunidad, y autoridad, y provecho mayor suyo, y del Reino”. Salamanca. Imp. De A. Ramírez, 1624, cap. VII, 7
[3] Herrera Casado, Antonio, “H ª de Guadalajara”, Guadalajara. 1992. El Decano. Pág.: 147
[4]                       ,            ,  “”                       “,                  .       .               .        :174
[5] A .G. S. , Dirección General de Rentas, 1ª remesa, libro 306, folio 97.
[6] Cordavias. Luis, “Memorias de un periodista alcarreño”, publicadas en NUEVA  ALCARRIA en los años 1945 y 1946.
[7] AMGU. Acta del Pleno del Ayuntamiento de Guadalajara, 13-9-1911
[8] FLORES Y ABEJAS, 24-9-1911
[9] Diges Antón, J., “Resumen histórico del convento de las monjas Clarisas de Guadalajara”. Guadalajara. 1917.
[10] Reproducido en EL MOTIN, 19-9-1912. Hemeroteca Nacional

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